Expiación, deseo y pecado

Una vez más, el cine es el pretexto para cafetear con ustedes. En esta ocasión la película fue Expiación, deseo y pecado (Atonement en inglés) del director Joe Wright y en donde actúan Keira Knightley, James McAvoy, Saoirse Ronan y Vanessa Redgrave. ¿De qué se trata? Para no frustrarles la visita, tan solo les diré que un fin de semana en Inglaterra, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, Briony Tallis, la hermana menor de Cecilia cambia por completo la vida de su familia al acusar al hijo del ama de llaves, Robbie Turner, de un crimen que él no cometió. 

La película me gustó por varias razones, tanto de forma como de fondo. La fotografía de Seamus McGarvey y la música de Dario Marianelli llevan al espectador por un recorrido sensorial fantástico, lleno de claroscuros y tomas vívidas, impactantes y repletas de contenido. El vestuario y la recreación arquitectónica y decorativa juegan un papel destacado en la creación del entorno y la transmisión de emociones. La actuación de Knightley y McAvoy es transparente en el sentido de transmitir franca y claramente los sentimientos que los mueven: desconcierto, amor, pasión, tristeza, esperanza y también desesperanza. Por su parte, Vanessa Redgrave al interpretar el papel de Briony Tallis de adulta logra impregnar dos experiencias profundas y dolorosas en el personaje: la culpa y la expiación. 

La cinta me conmovió al hacerme sentir nuevamente la fragilidad de un sentimiento común, desgastado en la pantalla y comercializado en “la vida real”: el amor. El descubrirlo, vivirlo, sentirlo y verlo fragmentado me dolió, y hace muchos años, tanto que ya no recuerdo, que una película no me llevaba por ese recorrido emocional. Hay una escena magistral, en la biblioteca de la casa de los Tallis, en la que Cecilia y Robbie reconocen lo que sienten (no diré más), pero en la que cada toma adquiere un significado específico al transmitirnos el descubrimiento de ese amor, paso por paso y palabra por palabra. No se ve nada pero se dice todo. 

Por otro lado, el proceso de construcción, conciencia y expiación (jamás expiada, por cierto) de la culpa de Briony es conmovedor. Resulta sorprendente que a partir de la ignorancia, la inocencia de la infancia y temprana adolescencia pueda producirse tanto daño. La niña convertida en mujer adulta es un personaje triste, cuya luz y vida se apagan con la conciencia y en donde la negación de ella misma se convierte en su razón de ser. La culpa como motor, como móvil interno, como acompañante permanente, como testigo implacable del daño jamás expiado. 

Me quedo con el amor, vale la pena rescatarlo. 

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